He visitado decenas de países por mi trabajo en FAO como funcionario y consultor, así como por ocio en períodos vacacionales. En estos viajes he prestado atención al asunto de la mendicidad, o sea dónde hay o no hay mendigos. Lo hago como para medir mentalmente el nivel de pobreza, ya que los países desarrollados suelen alardear de su crecimiento, pero no suelen hablar de la pobreza existente o los defectos de la distribución de la riqueza.
Jamás he visto una estadística, ni siquiera nacional, del número de mendigos por cada 100 mil habitantes en esas naciones opulentas. El problema en los países llamados elegantemente en desarrollo es evidente. Hay naciones en África, donde no puedes salir tranquilamente a la calle, no es que te vayan a hacer algo malo, aclaro, pero los mendigos se parquean alrededores de los hoteles y en cuanto ven a uno que no tiene cara o color de local, le siguen para pedirle une pièce. Monsieur. En los latinoamericanos, sobre todo en grandes ciudades, donde hay de todo un poco, la virgencita hace acto de presencia en sus ruegos para que les des algo para comer. No faltan aquellos que se meten en locales de comida y no lo dejan a uno hablar. Más vale, lo he hecho en ocasiones, pagarle de comer si es que uno no quiere darle dinero por temor a que pueda ser utilizado para otra cosa, sea drogas, tabaco o alcohol.
El asunto es complicado, pero es muy natural con gente pobre o miserable, ellos necesitan y quieren comer y dormir en condiciones humanas. Volviendo al mundo desarrollado, hay países donde los miserables duermen en la calle, bajo puentes y con paja o papel por encima a pocos metros de un hotel de cinco estrellas. Haciendo uso de la memoria, creo que donde único no he encontrado mendigos, no niego que los pueda haber, es en Suiza. En el resto de Europa no hay excepción, como tampoco la hay en el Asia desarrollada o en Norteamérica.
La mendicidad es un producto de la desigualdad social a falta de eso que se llama justicia social completamente, y que un estadista debutante demencialmente asevera que eso es un monstruo, o sea la justicia social, no la pobreza, pues los pobres que se mueran, ¿no es así? Ese es el destino que Dios les dio y que se las arreglen como puedan. Estoy diciendo lo que pienso que ese señor piensa y dijo no hace mucho por aquí, y los políticos no dijeron ni pitochi, se quedaron callados.
Creo que los países desarrollados, en primera línea, deben tratar de abordar esta cuestión como un asunto de humanidad, ante todo. Recursos les sobran para ello, hablo de dar alojamiento, alimentos y atención médica a esos ciudadanos, y siempre que se pueda darles empleo de estar aptos para trabajar. Entiendo que la inmigración trae muchas de estas cosas, pero eso no justifica que no se les atienda. Hay mendigos fijos en muchas esquinas de grandes urbes europeas, día por día allí están esperando que alguien les dé una monedita.
Al mismo tiempo, ignoro si la Unión Europea y la ONU tienen programas para combatir la mendicidad. La FAO, donde trabajé, tenía y tiene programa para combatir el hambre, pero es que la mendicidad abarca, como dije, alojamiento y atención médica, y no tan solo alimentos.
Me parece que mendicidad cero debe ser la meta en todos los países de este mundo, algo que es extremadamente complicado en los países pobres, aunque con buenas intenciones, mucho se puede lograr y adelantar. Ver la mendicidad como algo normal o natural en la sociedad es un pecado, es hasta un acto de egoísmo. La justicia social si importa y la mendicidad debe ser objeto de programas para su reducción o eliminación total. Las naciones desarrolladas darían buen ejemplo al adoptar medidas al efecto.
Me encantaría saber lo que los lectores piensan al respecto, quien sabe si en algún momento se inicie algo con entusiasmo y deseos de resolver. No se trata de prohibir la mendicidad, aclaro, y no creo que eso sea solución. Los mendigos, los que pueden ser niños, mujeres y ancianos, con las migajas que les dan pueden comer algo.
Ricardo Labrada
20 julio 2024
