“Camina alto como los árboles, vive tan fuerte
como las montañas, sé suave como los
vientos de primavera, mantén el sol de verano en tu
corazón y el Gran Espíritu siempre estará contigo.”
Proverbio indígena americano
Se trata de una peli dirigida por Bruce Beresford, la que me obligó a interesarme por la historia de Canadá, sus tribus indígenas y sus relaciones, así como los colonizadores permanentes y los mercaderes eventuales. Ese territorio de Norteamérica fue descubierto por los vikingos, liderados por Leif Eriksson, durante el siglo XI, o sea mucho antes que Cristóbal Colón llegara a tierras del Caribe. No obstante, la colonización de Canadá (significa aldea, del vocablo iroqués-hurón Kanata) comenzó décadas después de la llegada del navegante genovés y sus tres carabelas. Los primeros colonos europeos con asentamientos permanentes fueron los franceses, Pierre de Monts y Samuel de Champlain, quienes establecieron Port-Royal en 1604, actual Nueva Escocia, y luego fue la ciudad de Quebec en 1608.
Los colonos galos llegaron a ocupar un extenso territorio llamado “Nueva Francia”, el que se ubicaba en el territorio que hoy conocemos como Canadá, abarcando desde el río San Lorenzo hasta el golfo de México, e incluyendo el valle del Misisipi y la zona de los Grandes Lagos. Fue una colonia francesa entre los siglos XVI y XVIII. El territorio era conocido como «Nueva Francia» hasta 1763, cuando pasó a ser dominio británico tras el Tratado de París.
Cuando la colonización comenzó la iglesia católica estaba presente en su empeño eterno de atraer más devotos a esta religión. La peli de producción australiana, con fotografía y vistas extraordinarias del paisaje canadiense, muestra claramente cómo los curas consideraban a los indígenas locales, a los que sencillamente llamaban salvajes. Había que bautizarlos para que perdieran esa falsa condición.
En los sermones de estos curas no era que los indígenas tomaran los alegatos como ciertos y en más de una ocasión discrepaban si lo que se dijera el cura atentaba contra sus costumbres, las que eran muy simples y más sanas que los religiosos que allí llegaban a incorporarles una fe extraña y venida de otro mundo. Ellos cazaban, comían frutos de la naturaleza, descansaban y fornicaban tranquilamente y sin prejuicios. Esa era una vida salvaje para el criterio del cura, a mi entender, el antihéroe de la peli.
Canadá tuvo o tiene varias naciones indígenas. Los mohawks, junto con otras naciones como los senecas, cayugas, oneidas y onondagas, formaron la Confederación de las Cinco Naciones iroquesas. El mohicano es una nación específica dentro de la gran confederación iroquesa, nación de habla algonquina que tradicionalmente habitaba el valle del río Hudson, pero no confundamos el nombre mohicano con el de mohawk.
Por otro lado, estaban los hurones, también conocidos como Wendat, los que habitaban en la región sur de la actual Ontario, en un territorio que incluía el área alrededor del extremo occidental del Lago Hurón y se extendía hacia el sur entre este y el Lago Michigan. Hoy en día, sus descendientes residen en la reserva de Wendake, cerca de la ciudad de Quebec, y en otros lugares de Canadá y Estados Unidos, incluso en Oklahoma.
Es cierto que esas tribus rivalizaron, pero ahí mucho tuvo que ver la presencia de los colonos, los que entonces querían hacerse de todas las pieles posibles, para lo cual se establecieron rutas de comercio. Los iroqueses entregaban pieles, mientras que los holandeses ubicados en Nueva York comenzaron a venderles armas directamente, incluido algún que otro licor, algo que era del encanto de todos los indígenas. La venta se realizaba sin intermediarios, así los iroqueses acumularon más de 400 armas. Los hurones no querían quedarse atrás y de ahí surgió la rivalidad y guerras entre esas tribus, donde finalmente los iroqueses vencieron a los hurones.
La peli muestra a un cura de apellido Laforgue, el cual va acompañado de algonquinos a la tierra de los hurones, en cuya travesía, los indígenas se enojan con el preste y gran parte les abandonan, algo fatal una vez se encuentran con los iroqueses y sin resistencia posible. La peli basada en el libro homónimo de Brian Moore es una narración de los problemas enfrentados por los jesuitas en su interés de evangelizar Canadá y el poco apoyo recibido de la metrópoli, siempre ávida de obtener más pieles al menor costo material y humano. También la contradicción en la conducta de los colonos de los distintos países europeos participantes, cada cual halando para su beneficio.
Hace un tiempo una persona, en conversación conmigo, trataba de justificar la colonización por el hecho de que las tribus indígenas también peleaban entre sí, lo cual entiendo que es un absurdo. Primeramente, si por eso fuera a Europa tendría que haberla colonizado alguna otra civilización, ya que hasta hoy día no se sale de una guerra en otra. En segundo lugar, las divergencias y rivalidades fueron fomentadas en Canadá por la misma colonización con sus ambiciones, dividiendo pueblos que por lo general habían vivido en paz y nadie le iba a quitar las pieles o el alimento al otro.
Aunque no me agradan algunos aspectos reflejados en el libro y el filme, me resulta asqueroso oír a un cura llamando a los locales salvajes o bestias, así y todo, es una peli que vale la pena ver y que estimula el interés por conocer algo sobre la composición étnica de Norteamérica cuando fue, no descubierta, pero sí colonizada. Así que, si les apetece ver historia y paisajes bellos canadienses, les invito a que la vean, disponible en Amazon prime video. Si está suscrito, la podrá ver gratuitamente. Si lo ve, saque Ud. sus propias conclusiones.
Esteban Hernández
30 noviembre 2025
