“El telón de acero (1948)”, y las legaciones de la URSS

No estamos interesados en el bienestar de otros,
nos interesa sólo el poder, el poder puro.”
George Orwell en su libro “1984”

Cuando uno empieza a ver este filme, piensa que es más de lo mismo, con escenas ficticias o alejadas de la realidad, las que sólo buscan desprestigiar al enemigo, en este caso la URSS. Crasa equivocación, nada de eso, mucha sustancia y evidencia de lo que ocurría en las embajadas/consulados de la URSS y de todos sus países satélites.

Este es un filme más de la pareja de actriz/actor de Gene Tierney y Dana Andrews, los que actuaron juntos en cinco películas, una famosa, “Laura (1944)” del director Otto Preminger. Otra no menos famosa fue el suspense “Al borde del peligro (1950)”, donde volvió la combinación de Tierney-Andrews, igualmente dirigida por Preminger.

La película de referencia es dirigida por el experimentado William A. Wellman y su rodaje fue todo en territorio canadiense, sobre todo Ottawa. La trama está basada en hechos reales relatados por el afectado, el agente Igor Gusenko, quien a su vez fue guionista de la película.

No es secreto que la dirigencia de la URSS estaba desquiciada después del bombardeo atómico de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en Japón en 1945. Para el ejecutivo del Kremlin no había tarea más importante y de urgencia que lograr producir una bomba similar en territorio soviético, pero para eso hacía falta conocimientos técnicos, algunos ya disponibles, otros secretos en manos de los EE. UU.

Quienes hayan visto la película “Oppenheimeir (2023)” podrán entender de qué estoy hablando. “El telón de acero” revela el empeño de los diplomáticos-agentes soviéticos, en su embajada en Canadá, en el reclutamiento de personal útil, sea político o militar, útiles como canal de búsqueda y hallazgo de la información requerida.

El telespectador también puede darse cuenta de cómo es la vida de una familia soviética en ese ambiente canadiense y las limitaciones mentales o prejuicios con los que vienen a ejercer sus funciones. Nada de relaciones o amistad con extraños, hablar lo indispensable con los vecinos y nada que tenga que ver con el trabajo habitual en la embajada. Eso era, por un lado, por el otro, el hermetismo de la información que se manejaba en la embajada, algo que debemos ver como obvio, ya que ningún detalle secreto puede dejarse al descubierto, mucho menos los vínculos que el personal superior de la embajada poseía hasta con parlamentarios canadienses.

La vida de Gusenko y su esposa, recién parida con un hijo, no era color de rosa, todo mutismo en grado superlativo. Ellos veían con la normalidad que vivían las familias en Canadá, las que no estaban para hacerle daño a nadie, mientras ellos si era el caso, si tenían que dañar lo que fuera, ya que el fin justifica los medios. Pero tanto le dieron al jarro, que Gusenko y esposa decidieron tomar otro rumbo y no precisamente el soviético.

Esta es una peli vieja, en blanco y negro, así y todo, buena para ver, pues lo importante no es tanto la forma, sino su contenido y mensaje, sus verdades, las que descubren una vez más como eran los aparatos de seguridad estalinistas y sus formas.  

Esteban Hernández
11 marzo 2024

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