“Sin aire, la tierra muere. Sin libertad, como
sin aire propio y esencial, nada vive.”
José Martí
Los peloteros y boxeadores en Cuba de siempre han existido. Los niños sueñan con llegar a jugar béisbol, y otros con ponerse unos guantes y erigirse campeones mundiales. Se nace con ese don de ser una cosa o la otra, hay quien no posee ni una ni otra, pero para el caso, todos son ciudadanos de un país con tradición en esos deportes.
En el pasado, hace ya más de 60 años, en el béisbol, cuando surgía algún talento en un juego de placer o de manigua, siempre había ojos que lo observaban y al final se lo llevaban a jugar pelota infantil, la de los Cubanitos de Bobby Maduro, y de estar ya en edad juvenil, a equipos locales amateurs. Según su desarrollo, estos peloteros jugaban en novenas de campeonatos locales, los que se sobraban. Cualquiera que revise la prensa de las décadas de los 20 en lo adelante, verá que había campeonatos a niveles municipales, y los mejores saltaban a las Ligas Amateurs existentes, aunque, es cierto, que los negros no pudieron jugar en los campeonatos de la Unión Atlética hasta mediados de los 50. Aun así, había campeonatos semi-profesionales, donde cabían todos, jugaban y ganaban algún dinero.
Una vez el pelotero llegaba a su desarrollo. este daba el salto al profesionalismo. No eran todos los que podían hacerlo, eran solo aquellos que los cazatalentos le veían condiciones para ayudar e imponerse. Muchos de ellos comenzaban a jugar béisbol profesional en los EE.UU. La liga profesional cubana tenía usualmente cuatro equipos, donde no había espacio para todos, aparte de que en ella participaban peloteros norteamericanos y de otros países latinoamericanos.
Todo eso fluía con normalidad, el pelotero era independiente, podía decidir qué hacer en cada caso. Los más agraciados jugaban béisbol en los EE.UU. en el verano y luego en la profesional cubana en invierno. Otros jugaban en México en verano, como podían jugar pelota invernal en Puerto Rico y Venezuela.
Cada cual ganaba acorde con su rendimiento y clase. Viajaban legalmente con visado y nadie les decía lo que podían o no podían hacer. Las reglas existían tanto en el amateurismo como en el mundo profesional, era menester cumplirlas, sobre todo en materia de contratos, aunque no faltaban peloteros que se daban de baja de un equipo por determinada inconformidad, y no pasaba nada.
A partir de 1962 todo eso cambió, aparecieron las series nacionales encargadas de sustituir a los campeonatos amateurs, como el de la Unión Atlética, la Liga Pedro Betancourt, las ligas azucareras, además de la profesional cubana. Todo regido por el Estado, nada de federación de esto o aquello otro, pero el pelotero ya no era libre de moverse a su antojo.
Sucedió el sonado caso de “Amorós” Hernández, excelente lanzador del equipo Occidentales, del que se dijo intentaba firmar con algún equipo profesional durante su estadía en los juegos centroamericanos en Kingston, Jamaica. Las versiones sobre este caso son tantas, que no tengo porque darle crédito a alguna. En definitiva, fue el único caso de pelotero que intentara dejar al equipo cubano en aquella época.
La primera fuga de peloteros tuvo lugar en 1978, algo que nadie esperaba. En ella participaron Bárbaro Garbey, Roberto “Bombón” Salazar y José Ramón Cabrera. Me imagino que fue de manera ilegal, ya que en ese momento Garbey, Salazar junto a Julián Villar habían sido sancionados por apuestas en juegos de la XVII Serie Nacional. De esos tres, Garbey solo se destacó fuera. Se inició en las menores en 1980 y logró llegar a las Mayores en 1984. Salazar no pasó de jugar en clase A hasta 1982, y de Cabrera no he encontrado nada al efecto.
La realidad era que muchos peloteros cubanos con calidad para jugar en circuitos mayores estaban interesados en poder jugar, pero a condición de que se les permitiera dar ese salto, algo que a las máximas autoridades cubanas no se les hubiera ocurrido. Aparte de eso, está el embargo, el que obliga a los cubanos a presentarse con residencia en otro país. En conclusiones, los cubanos estaban atrapados en ese enredo político y para dar el salto se imponía hacerlo por una salida ilegal, alejado de sus familias por un tiempo.
Los cazatalentos no dejaron de ofrecer contratos multimillonarios a los cubanos. El desempeño de hombres como Luis Giraldo Casanova, Armando Capiró, Antonio Pacheco, Omar Linares, Orestes Kindelán, Braudilio Vinent y otros muchos más no pasó desapercibido por los observadores de la MLB. No obstante, la negativa de los peloteros cubanos fue la que imperó.
En las décadas de los 70 y 80, Cuba no es que viviera a sus anchas económicamente, pero tenía el apoyo de la URSS y sus satélites, lo que le permitía a la gente vivir. Muchos cubanos esperaban siempre una mayor alza económica, entiéndase, mejores viviendas, infraestructuras, alimentación y ocio. El asunto cambió bruscamente cuando la URSS y socios desaparecieron entre 1989 y 1991, y con ello también la ilusión. Comenzó un período mal llamado especial, cuando el desabastecimiento en todos los órdenes hizo acto de presencia.
Los peloteros cubanos son ciudadanos que están sometidos a las mismas limitaciones como el resto del pueblo. Sin futuro, en la mente de todos esos atletas se imponía una sola cosa, jugar fuera, ganar por su desempeño y cuando ya fuera factible lograr la unificación familiar fuera de Cuba.
La salida antes de 1962 era muy normal, un visado del consulado norteamericano o del mexicano, y el pelotero se iba a jugar hasta terminada la temporada estival. Regresaba a Cuba y jugaba en la profesional, o podía ir a jugar, según intereses, a otra liga invernal del Caribe. Las cosas, como ya se dijo, cambiaron y ya no era solo el visado, estaba la aprobación de inmigración, la famosa carta blanca, pero ¿cómo viajaría? Dinero no tenía para eso. En la década de los 90 un trabajador ganaba como promedio 180 o 200 pesos válidos solo en Cuba, no era el peso de hasta 1960 equivalente a un dólar.
No había otra alternativa, viajar con el equipo y quedarse en cuanto fuera posible. El pionero de esa escapada fue el lanzador reglano René Arocha, quien logró jugar en Grandes Ligas. Su ejemplo fue seguido por otros peloteros y el éxodo se intensificó de tal manera que, los equipos viajaban con agentes vigilantes del movimiento de los atletas. Todo eso para prevenir su posible fuga.
Son cientos de peloteros salidos de forma ilegal, muchas veces en embarcaciones nada seguras y en condiciones del tiempo muy desfavorables. Cuantas vías han sido necesarias se han inventado para poder fugarse. Luego las autoridades terminan llamándoles desertores, como si ellos fueran soldados de un pelotón de guerra.
Actualmente ya los mismos peloteros juveniles y sub23 se fugan y muchos no esperan siquiera jugar en series nacionales. Al final, ellos y hasta sus propios padres dirán: ¿para qué?
El asunto no se detiene, ni se detendrá. Los analistas de las radioemisoras cubanas podrán hablar, ofender incluso, que a eso ya nadie le presta atención. El éxodo de los peloteros es el mismo del resto del pueblo que desea emigrar por las razones que todos conocemos. Una economía que no cubre las necesidades básicas de la población, una escasez persistente y los servicios en decadencia.
Basta mirar dos ejemplos recientes de peloteros fugados, el primero es el de Orlando Acebey, hombre que se quedó fuera y ya tiene 37 años. Él querrá jugar, pero bien sabe que a las Mayores no llegará y que en las Menores, si llega, no irá muy lejos. Era un pelotero de rendimiento aceptable en series nacionales, pero la edad no perdona. Sí se quedó fue para buscar otra vida que no poseía en Cuba. Él sabe que puede hacer algunas cosas dentro o fuera del béisbol, lo que le garantizará un salario decente. Se quedó como otros tantos ciudadanos cubanos, algunos de ellos en condiciones más difíciles, sobre todo cuando se aspira a llegar a la frontera mexicana con los EE.UU.
El otro caso, el lanzador Lázaro Blanco, el yarense de 35 años, jugó con el Cuba en las eliminatorias en Miami para las olimpiadas. Terminado el evento dijo no vuelvo y declaró las razones que lo movían a dar este paso. Entendía que su carrera en el béisbol había terminado o estaba por terminar, que ya era hora de mirar hacia el futuro para él y su familia. Se refería a un porvenir económico que no ve en Cuba. Nadie en la isla ve el final del túnel, por eso, el éxodo continuará, y basta ya de echarle las culpas al tío Sam y a su familia, el problema está dentro de Cuba. Se van los cubanos porque quieren vivir, ni ellos ni nadie avizora un cambio positivo.
Escrito por Esteban Romero, 8 noviembre de 2021