“La vivienda no es sólo un bien inmobiliario, es
también una forma de consolidación espiritual.”
Mario Benedetti (1920-2009, Montevideo. Escritor-poeta)
Una de las primeras leyes promulgadas por el gobierno revolucionario fue la relativa a la vivienda, algo que realmente golpeaba a miles de familias en el país de siempre. La primera ley fue la 26, de enero de 1959, la que prohibía los desalojos de los inquilinos por falta de pago. Usualmente muchos inquilinos dejaban de pagar y tenían 90 días para abandonar la vivienda, de no hacerlo, el propietario podía llegar y desalojarlos.
En marzo llegó la alegría cuando la misma ley imponía la rebaja de los alquileres en un 50 por ciento. Los propietarios de edificios de vivienda vieron sus entradas reducidas por la ley, pero la gente pobre se benefició, incluida mi familia. No era lo mismo pagar 40-50 pesos mensuales de alquiler que 20-25.
Aclarando, en la década de los 50 un trabajador en áreas de servicios ganaba entre 120 y 150 pesos mensuales, un trabajador bancario podía ganar la fortuna de 200 pesos, algo menos ganaban aquellos en otros puestos de oficinas o en compañías de seguros. Si la persona tenía que pagar entre 50-70 pesos de alquiler por un apartamento sencillo compuesto por dos cuartos, sala, cocina, comedor y baño, en realidad gastaba hasta un 40% de sus ingresos. Muchas veces esas personas, con mucha lógica, se aprovechaban de la ley de desalojo, vivían 6 meses en el lugar y luego se declaraban incapaces de pago, por lo que tenían dos meses a su favor como mínimo antes de ser desalojados, período en el que buscaban otra vivienda y podían repetir la acción. Esto que aquí afirmo lo vi hacer a una familia muy cercana a nosotros como parientes. Así que 0 desalojo y reducción de los alquileres fueron noticias muy estimulantes entonces.
En aquel momento se creó el Instituto Nacional de la Vivienda, el INAV, el cual fuera presidido por Pastorita Núñez. Esta institución inició un amplio proyecto de construcción de viviendas, incluido el famoso plan de la Habana del Este. Los fondos para estas construcciones provenían de las recaudaciones de la lotería nacional.
La ley de reforma urbana o la No. 890 fue promulgada el 14 de octubre de 1960. Su aprobación llevó dos días de trabajo por parte del Consejo de ministros. Al siguiente día se promulgó la Ley de Solares y Fincas de Recreo.
En la actualidad se afirma que la ley de reforma urbana concedió la propiedad de las viviendas a unas 200 mil familias cubanas, y que otras 320 mil, con problemas de no pago u otras complicaciones, fueron igualmente beneficiadas con la propiedad de esas viviendas para el año 1989.
No voy a discutir las cifras, las que están demasiado redondeadas para ser creíbles. No obstante, cuando uno no tiene otro dato, no le queda más remedio que aceptar el publicado ahora, o sea más de 55 años después de la promulgación de la ley.
Lo cierto es que el famoso plan de Pastorita se hizo añico. Recuerdo que en la TV hizo una comparecencia Ernesto Guevara, en la que criticaba los gastos para esas construcciones emprendidas por el INAV. La consideración era que se gastaba mucho. Después de aquello se terminó lo que se venía construyendo, pero la lotería desapareció el sábado 16 de marzo de 1968, por lo que no habría más fondos para poder iniciar otros planes. De hecho, en aquel momento en Cuba no se hablaba de otra cosa que no fuera la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar. Las construcciones de vivienda se habían detenido años antes.
Lo que no dicen aquellos que aún quieren ensalzar la ley de reforma urbana es que desde ese momento nadie podía vender su casa. La compraventa de viviendas se prohibió, excepto que el propietario se la vendiera al Estado. Llegado a este punto, la ley convertía al Estado en copropietario de todas las viviendas del país y con el derecho exclusivo de comprar. A eso sumemos que todo aquel que se marchara del país se le confiscaba su vivienda y muebles, los que pasaban a ser propiedad estatal.
En la década de los 70 se permitió la permuta de viviendas, aunque el Estado siempre estuvo muy vigilante de esos cambios, para lo cual estableció medidas elaboradas por instituciones estatales, como son el Instituto de Planificación Física (IPF), la Dirección Nacional de Vivienda y sus filiales a nivel provincial y municipal.
El Estado, al parecer, no tenía en la década de los 70 personal para emprender un programa de construcción de viviendas, cuyo déficit es algo muy delicado hasta nuestros días. La solución fue la creación de micro brigadas compuestas por trabajadores de centros de trabajo asociados, los que al final recibirían un apartamento de acuerdo con la composición de su núcleo familiar, pero sucedía que los 30 apartamentos disponibles no daban para cubrir las necesidades de todo el personal movilizado para este empeño, lo cual obligaba a que un trabajador estuviera en la construcción 3-4 años y más. Los trabajadores movilizados podían ser profesionales de la ciencia, de la educación, de la salud y de otros centros del país. Muchos de ellos jamás habían puesto un ladrillo, por lo que tuvieron que aprender, aunque algunos machacaban el asunto por su poca destreza.
El programa de micro brigadas no fue sostenible y con el tiempo el entusiasmo decayó y los recursos comenzaron a escasear, sobre todo con la llegada del mal llamado período especial. Las micro brigadas resolvieron problemas, pero no todos los existentes en materia de vivienda en el país.
A la par pasaban los años, lustros y décadas, y las edificaciones existentes no recibían mantenimiento, fenómeno que se puede constatar a lo largo de todo el país. Si a esos edificios, la mayoría construidos antes de 1959, algunos nacidos con el siglo XX, no se les pasa la mano debidamente, esos terminan arruinados y lo peor es su derrumbe.
El cineasta alemán Florian Borchmeyer presentó un filme documental en el festival del Nuevo Cine Alemán en Munich en 2006, titulado “Arte nuevo de hacer ruinas”, cinta que mostraba una Habana tétrica en fase de derrumbe. El propio director afirmó que “la Habana ha devenido famosa por el mórbido encanto de sus destruidas fachadas, pero las ruinas no son tan poéticas para la gente que las habita. El decaimiento de esta ciudad es una fuente continua de peligro y vergüenza para sus habitantes”.
Muy cierto, muchas personas han muerto con estos derrumbes y centenares de familias han quedado sin hogar. La situación vista en el 2006 persiste en el 2023. El Estado, dueño absoluto de las viviendas durante décadas, no le prestó la debida atención a este asunto. Probablemente, de tener a sus propietarios anteriores, estos habrían buscado los recursos para la restauración de las viviendas. Queda claro que el Estado no puede ser dueño de todo y sí lo es, está tomando una enorme responsabilidad, difícil de poderla enfrentar.
El 10 de noviembre de 2011 la Asamblea nacional aprobó una legislación, mediante la cual se permitía a los propietarios de viviendas, su venta, permuta, donación y obsequios de bienes raíces, incluso en los casos de divorcio, muerte, o si el propietario deja el país de forma permanente. Pasaron 51 años para que se dieran cuenta del error cometido con anterioridad. La medida perfecta no era, ya que en la misma podían participar sólo los ciudadanos cubanos residentes en el país o extranjeros con residencia permanente en Cuba.
Viendo todo este problema en estos más de 60 años post 1959, uno puede concluir que la Reforma Urbana jugó su papel en los primeros momentos cuando se redujo el alquiler y se evitó el desalojo. No obstante, no era nada que incentivara la construcción de nuevas viviendas por el sector privado. Al Estado, en su afán de monopolio, eso no le interesaba y se consideraba autosuficiente para poder llevar a cabo sus propios planes de construcción, algo que la vida demostró que no fue así. La falta de viviendas en Cuba creó una enorme promiscuidad, muchos problemas a nivel familiar y en el orden sanitario. Imagínense viviendas en las que viven o vivían hasta tres matrimonios, todos con hijos. Personalmente conocí un apartamento de un solo cuarto, una salita, baño, cocina-comedor, donde vivían 12 personas, dentro de ella un matrimonio con 3 hijos. Otro matrimonio de profesionales viviendo en garaje adaptado, donde todo era una sola pieza y el baño era un rinconcito del lugar, y así sucesivamente. Puedo dar más detalles de otras viviendas por el estilo, pero no es objetivo aquí sacar un inventario de miserias.
El derrumbe de las casas en la Habana es permanente y no se ve ninguna medida del Estado para abordarla y comenzar a resolverla. Esa situación, entre otras, es la que promueve el actual éxodo de la población, la que rema a riesgo de perder su vida en el mar o camina por laberintos de montes en América Central para llegar a México y luego a los EE. UU. Mientras estos errores no se acepten y se corrijan, se seguirá por un camino sin luz en su trayecto.
Ricardo Labrada
18 enero de 2023