Una visita de horas en Murmansk

La ceremonia de graduación más larga se registró en Murmansk:
los chicos esperaron el amanecer durante seis meses.”
Anon.

Para los cubanos que estudiábamos en la URSS en la década de los 60, nuestro país, Cuba, se nos presentaba muy lejos. Habíamos caído en otro ambiente de frío y nieve en invierno, frío y agua en primavera, calorcito en verano y frialdad en ascenso en otoño. ¿Adaptarse? Bueno, hay quien dice que sí se adaptó, no es el caso del que suscribe.

Por eso regresar a Cuba, así fuera por un ratito, era algo muy añorado por todos. En 1964 no se sabía si íbamos o no. Ya eran dos años de frío, nieve, lluvia, fango y deseos de visitar la tierra que nos vio nacer. Los rumores eran que había que pagarse el pasaje. Todos éramos pobres, ¿de dónde rayos vamos a sacar dinero para pagar ese viaje? Era la pregunta de todos.

Aleluya, al fin iríamos en un buque soviético pagado por el gobierno cubano. Partiríamos de Leningrado, ahora se llama St Petersburgo, y a navegar por todo el Báltico hasta salir al Atlántico. Fueron 18 días de navegación, que el que suscribe pasó enfermo al pescar una gripe, al parecer incubada en Leningrado. El buque se detuvo en Gdynia, puerto de Polonia, donde recogió a los becarios cubanos en Europa Central. Ya allí la fiebre comenzaba a rondar y me dio fuerte en lo sucesivo, al extremo de perder el apetito completamente.

Un poco más de una semana después comencé a reponerme, había perdido algo de peso. Dos días antes de llegar a la Habana, nos llamaron para saber quién necesitaba la vacuna de la viruela. Había dejado mi carnet sanitario, por lo que sin más remedio tenía que volver a vacunarme. Lo hizo un sanitario asiático, kazajo o kirguisio, vaya Ud. a saber. El organismo estaba débil, la vacuna hizo reacción a partir de los dos días después de las tres rayitas que me obsequiara el descendiente de Gengis Khan, cada una de una pulgada de larga, dispuestas simétricamente, dos paralelas y una abajo en el medio de las dos de arriba. Quedé marcado para toda la vida. Aquellas rayitas se inflamaron y cuando fui a ver a un médico cubano, me hizo una pregunta muy llamativa: “¿quién te hizo esa salvajada?”

Eran solo 16 días exactos en la Habana, la destemplanza me persiguió todo el tiempo. Tres días antes de irme, ya todo había acabado, aunque las rayitas estaban aún por cicatrizar.

Corría el mes de agosto de 1964, de nuevo a abordar otro barco, ni recuerdo su nombre. Nos gustaba navegar por el Mediterráneo, pero parece que este buque no tenía nada que ver con la flota soviética que atravesaba el Estrecho de Gibraltar.

Salimos y no vimos tierra en casi todo el trayecto. ¿Adónde nos llevaban? Diez o doce días después supimos que estábamos bordeando la costa de Noruega. Fue entonces que se nos informó que nuestro punto final era Murmansk, ciudad limítrofe con Finlandia y Noruega en el extremo Noroeste de lo que es actualmente la república de Rusia. Por Dios, ¿qué necesidad? No éramos militares, el buque tampoco lo era, estaba habilitado para viajes turísticos.

¿Cuándo supimos que Murmansk existía? Fue el 27 de abril de 1963 que Fidel Castro y toda su comitiva desembarcaron allí para comenzar todo un periplo de 38 días en la Unión Soviética. Las fotos de la prensa mostraban la nieve en todos los alrededores del lugar de desembarco, por lo que en nuestras mentes quedó aquel lugar como muy apropiado para la vida de las focas.

La reseña online indica que Murmansk, territorio de Laponia, fue fundada en 1916 por el último zar, el que “modestamente” decidió llamarlo Románov-en- Murman. La ciudad se creó con un claro objetivo militar. La población actual es de 300 mil habitantes, no creo que la tuviera en 1964.  

Al llegar al lugar nos estaban esperando algunos ciudadanos soviéticos y el alcalde de la ciudad, el que pronunció un breve discurso de bienvenida. Nos dijo que ellos tenían unos 21 días de calorcito, que el resto del tiempo era frío, que ya el invierno estaba por llegar, era agosto. La mañana del día de la llegada era gris, nada de sol en los alrededores. En el invierno, según luego se nos informó, tienen solo 4 horas de claridad. Amanece a las 11 a.m. y ya es de noche sobre las 3 p.m. Un lugar como para que un cubano enloquezca. Todavía hoy día me pregunto por qué nos llevaron allá. Si alguien lo sabe, que me lo diga en los comentarios.

Murmansk tenía unos buques de cargas en el puerto. Nadie nos habló de la existencia de la estatua Alyosha, dedicada al soldado soviético, ni del Pozo Kola, donde se encuentran elementos químicos inexistentes en otras partes del planeta. Por supuesto, ninguna mención a los submarinos nucleares.

La reacción inmediata de casi todos los cubanos allí era la de abordar al primer avión que se pudiera y dirigirnos a Moscú, desde donde hay conexión con otras partes de la URSS. La dirección de la ciudad había previsto todo en este caso. Había personal que nos atendió amablemente y nos vendieron los billetes de avión requeridos. Para suerte de nuestro grupo de cinco personas, habíamos dejado suficiente cantidad de rublos cada uno en banco, lo que nos facilitó la compra de los boletos para partir ese mismo día al mediodía a Moscú.

No sé si era un Il o un TU o un AN el avión, lo que sí recuerdo que se demoró muchísimo para llegar a Leningrado, donde hizo una parada de una hora aproximadamente. Finalmente llegamos en la noche a Moscú, donde aún se respiraba el ambiente de los últimos días de verano. Llegar a Moscú y dejar atrás a Murmansk fue como un alivio. Dormimos en un albergue estudiantil de la Universidad Lomonosov de la capital y a la siguiente mañana tomamos tren rumbo a Briansk desde la Estación de Trenes Kiev.   

Escrito por Ricardo Labrada, 17 noviembre de 2020

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