“Búscate un lugar hermoso y piérdete allí.”
Anon., viejo refrán
De tantos viajes de Italia a España y viceversa en coche, obligados estábamos de pasar siempre cerca de Gerona o Girona (en catalán), cuyo nombre se originó de Gerunda en latín. No sospechábamos la historia y encantos de esta ciudad, fundada a partir del año 77 a.C. por los romanos.
Como buena parte de España, igualmente estuvo en manos de los árabes, cuya dominación duró poco por la oposición de Carlomagno, el que venció a los musulmanes en el 785. Debido al peligro latente de ataques musulmanes, la ciudad siguió amurallándose, o sea se reforzaron las murallas existentes y se ampliaron las mismas para ocupar un perímetro de 930 metros con una altura promedio de 60 metros. Si uno visita Girona, hay que pasar y disfrutar de sus murallas bien conservadas. Estar allí implica visitar las ruinas de la fortaleza Força Vella.
En realidad, nuestro recorrido comenzó pasando a lo largo del río Oñar, afluente del Ter, pasamos por la rambla, luego tomamos la calle escalonada o Pujada de Sant Domènec, y de ahí subimos para llegar a las murallas en un día de fuerte sol. Existe una escalera de caracol en la Torre Gironella, aunque no muy alta que, si hay día de mucho calor, uno arriba fatigado a la parte superior, pero vale la pena para tener una vista de la ciudad.
Terminado el recorrido murallero, obligatorio pasar primero por la Catedral de Santa María de Girona, que es el punto más alto de la ciudad. Se trata de un templo que se construyó a lo largo de los siglos XI y XIII. Antes de llegar a la Catedral uno pasa por el Palacio Episcopal, ahora Museo de Arte de la ciudad. La Catedral tiene la particularidad de tener un estilo gótico con fachada barroca. Se afirma que el espacio gótico existente es el más grande del mundo. No vi nada lujoso el interior de la Catedral, me lució sobrio hasta cierto punto.
En el entorno de la catedral está su plaza y luego uno debe bajar por unas escalinatas para poder visitar la Basílica de St Feliu o de San Félix, construida entre los siglos XII y XIV. Obviamente, se hizo en honor a San Félix, pero dentro alberga el sepulcro de San Narciso, oriundo de Girona, el que dice la leyenda que de su sepulcro salieron millares de moscas para atacar a los invasores franceses en la guerra de 1285.
El siguiente paso fue caminar a lo largo del río Oñar y deleitarnos mirando las casas de diversos colores del Call o barrio judío de la ciudad. Las casas se conservan muy bien y realmente es algo muy original, solo visto en Girona. De hecho, los sefarditas vivieron allí hasta el siglo XV. La ciudad tiene varios puentes.
Existe un monumento que me llamó la atención, el llamado del León (del Lleo en catalán), escultura en homenaje a los soldados españoles caídos de las Guerras Napoleónicas. Este monumento está en la Plaza Calvet y Rubalcaba, al lado del mercado cubierto.
Finalmente volvimos a meternos en el casco histórico para ver al ayuntamiento, sus calles, pasar nuevamente por la rambla, en fin, pasear relajadamente. El hotel Carlemany en la plaza Miquel Santaló fue una bendición por su comodidad, amplio cuarto y baño, dotado de todo lo necesario, donde descansar fue algo muy placentero después de un viaje en coche de 4 horas y media desde Valencia y luego una caminata en ciudad que se extendió hasta que el sol pretendía ocultarse.
Le pasamos por un lado a la leona de Girona, sin saber que allí estaba. No le besamos el trasero como se aconseja, así y todo, vale la pena visitar Girona una vez más. La leyenda dice que para volver hay que besar a la leona por atrás.
Escrito por Ricardo Labrada, 10 agosto de 2021