Hace 58 años de la Crisis de Octubre de 1962

Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz
de contrarrestar el poder de la bomba atómica, yo
sugerí la mejor de todas: la Paz.”
Albert Einstein

Todos los de aquella época éramos protagonistas de una crisis que nos hubiera llevado al fondo para siempre. Bien ingenuo era este servidor, quien con solo 15 años recibía una beca para viajar a la URSS. No había pasaporte ni nada de eso, llevábamos un papel con nuestro nombre y demás datos de residencia, fecha y lugar de nacimiento, aquello era un salvoconducto para poder viajar en cómodos buques de pasajeros que en su vida habían salido del Mar Negro o del Báltico. Eran buques soviéticos, con piscinas, cancha para jugar voli, cine/teatro, camarotes bastante cómodos, buena comida, en fin, no nos faltaba nada a bordo. La URSS más generosa no podía ser. Salimos a principio de agosto para navegar por todo el Atlántico hasta el Mediterráneo, de ahí al Bósforo, al Mar Negro y desembarcar en el Puerto de Odessa. Los cientos de cubanos becados, que partieron en varios buques: Almirante Najimov, Gruzia (Georgia) y otros no sabíamos que esas naves habían cruzado el océano precisamente para traer los «juguetitos nucleares» que Nikita Jhruschov mandaba en un acto de «solidaridad» o de fuerza para enseñarle a los poderosos americanos, que ellos también estaban instalados en el Caribe.

Bastaron 24 horas de viaje en buque para que en una mañana tuviéramos a un avión americano dando vueltas por encima de la nave y de forma rasante. Una provocación así no la podíamos permitir y todos los becados salimos a cantar «Cuba que linda es Cuba» y a gritar las consignas del momento. El piloto no debe haber oído nada, ya que siguió con sus volteretas hasta que se cansó de ver sólo a gente cantando y bailando, muy típico de los cubanos incluso en momentos difíciles. El capitán del buque, muy enardecido con la demostración revolucionaria de la juventud cubana, salió a hablar con nosotros, lo hizo a través de un traductor cubano que llevaba más de un año estudiando en Kiev. Él nos informó que no nos preocupáramos por ese vuelo, ya que en ese momento German Titov había salido al espacio convirtiéndose en el segundo cosmonauta de todos los tiempos, solo precedido por su compatriota Yuri Gagarin. ¡Qué alegría saber aquello! brincábamos de júbilo, la URSS seguía marcando el paso en la conquista del Cosmos.  

A la llegada a Odessa, el 2 de setiembre de 1962, todo era alegría. La ciudad portuaria ucraniana, la misma de sus históricas escaleras del Potemkin, se me presentaba chula, divertida, calurosa, con gente muy amable, con mujeres bellas y bien vestidas. Con el tiempo me hice luego idea que la ropa que se vestía allí no era nada fabricada en la URSS, era algo probablemente obtenido en mercado portuario y negro. Tres días después salimos en tren hacia Minsk, capital de Bielorrusia. Bosques extensos, algunos campos vacíos, era como visitas cortas a un museo y luego venían otras imágenes nada bonitas que, a un compañero, algo conocedor de la historia de la URSS, le dio por hablar de la figura de Kaganovich. Vaya apellido, hablaba del judío-ucraniano Lazar Moiseevich Kaganovich, hombre de confianza de Stalin, el que ayudó a su jefe a ejecutar las purgas dentro de las filas del partido comunista, así como fue uno de los artífices del Golodomor (Golod es hambre y mority es exterminio en ucraniano), algo que causó la muerte de millones de ucranianos en el período de 1932-33, o sea cuando se concretó la colectivización forzada en la agricultura.

El sol de Odessa se fue perdiendo a medida que nos acercábamos a Bielorrusia, no hacía frío, tampoco calor. En la mañana del 6 de setiembre llegábamos a la estación de trenes de Minsk, la que se halla muy cerca de la calle Bobruiskaya, donde seríamos albergado durante todo un año. Ese hospedaje era propiedad de la Universidad Estatal de Bielorrusia (BGU).

El mes de setiembre en Minsk es agradable, algún que otro día de lluvias, otros de sol moderado, una temperatura realmente agradable y buena para ir reconociendo la ciudad en la que viviríamos. No había nada que nos preocupara por el momento. Había que adquirir ropa pesada de invierno y adaptarse al nuevo ambiente.

Esa tranquilidad era engañosa, los aviones norteamericanos U-2 estuvieron todo el tiempo vigilando el territorio cubano. Las sospechas existían de que algo raro había en Cuba. Los norteamericanos, después de la derrota en Playa Girón en abril de 1961, habían concebido la Operación Mangosta, donde esta vez sí se utilizaría la marina de guerra estadounidense. La contraparte soviética supo de esta operación, la que se dice consistía en crear una provocación alrededor de la base militar americana en Guantánamo o en otro punto del territorio nacional.

Fue entonces que Nikita Sergueivich Jhruschov dispuso, con la aprobación de la parte cubana, de instalar los juguetitos de los que hablé. Se trataba de misiles balísticos de alcance medio, los que podrían llegar a Washington DC y a Nueva York en un santiamén. Según ahora se sabe, la parte soviética trasladó ese armamento en el período entre el 17 de junio y el 22 de octubre de 1962. El potencial nuclear era de 45 ojivas, además de otras naves aéreas MIG-21.

El 14 de octubre ya la URSS estaba en estado de alerta. Puedo decir que la población allí estaba muy preocupada con un desenlace bélico, el cual habría sido espantoso para el mundo entero.

Tenía una enamorada, Lida, estudiante de primer año en la facultad de matemaáticas en el BGU, hija de un coronel del Ejército Rojo, ubicado en Smolensk, la que me trató con poco afecto por la situación creada. ¿Qué culpa tengo yo o mis compañeros de esa situación? Esa molestia era algo generalizada por aquellos con conciencia de lo que es una guerra. Minsk fue una de las ciudades más afectadas por la II Guerra Mundial.

Ya en ese momento estaba el adoctrinamiento en pie, nos hacían ver que Cuba no se quedaría sola, que siempre contaría con la solidaridad soviética, que los americanos no serían capaces de invadir el territorio nacional una vez más. Uno como cubano se solidarizó con esas manifestaciones, pero interiormente sentía miedo de que algunos bombazos tuvieran lugar y nuestros familiares desaparecieran. Cuba sería el punto inicial de confrontación y los primeros cohetes llegarían a la Coloma, Pinar del Río, donde estaba el armamento. Es probable que algún que otro misil llegase al DC norteamericano, pero seguro estaba como muchos otros soviéticos, que esta vez no habría vencidos ni vencedores. Habría sido una debacle incalculable, destrucción y radioactividad.

La paz o tregua no parecía a la mano, los soviéticos tumbaron a un U-2 cuando espiaba territorio cubano el 27 de octubre, la misma fecha en la que Jhruschov le mandó mensaje con la pipa de la paz a John F. Kennedy. Todo se arregló entre soviéticos y norteamericanos, por lo que a fin de mes desaparecía la amenaza de la guerra.

Los soviéticos retiraron loas armas nucleares y dejaron solo las convencionales. EE.UU. se comprometió a no invadir el territorio cubano, aunque mantuvo su presión permanente sobre Cuba, posición que Kennedy pretendió cambiar un año después y que no pudo materializar al ser asesinado en Dallas, Texas. ¿Quién lo habrá hecho?

Han pasado 58 años de aquella crisis, en lo que a mí respecta, creo que sucedió lo razonable, que no hubiera guerra, que nuestros pueblos no hayan tenido que sacrificar vidas y que la cordura haya prevalecido, pues caso contrario, es probable que no estuviera haciendo este relato. Ni siquiera me tomo el trabajo de analizar lo que se dijo o discutió después, la paz nos permite avanzar individual y colectivamente, las guerras son cosas de enajenados como Hitler, las que dejan más miserias e inválidos una vez terminadas las mismas.

Escrito por Ricardo Labrada, 22 julio de 2020, con información adicional consultada en línea.

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