“El lenguaje de la verdad debe ser, sin duda alguna, simple y sin artificios.”
Lucio Anneo Séneca (filósofo latino)
El lunes 17 de abril de 1961 llegaba al Instituto de la Habana, donde cursaba estudios de bachillerato. No sabía que las clases ya se habían suspendido y que en horas de la mañana habían salido varios estudiantes rumbo a Varadero para recibir instrucciones como alfabetizadores.
Sentí pena de estar desinformado. Hablé con una muchacha, la que era una de las dirigentes de la Asociación de Jóvenes Rebeldes del IH, la que me dijo que en la tarde saldrían otros buses hacia Varadero desde Columbia, ahora llamada Ciudad Libertad. Así que era menester que me fuera por mis cosas y llegara a tiempo a ese lugar, muy cercano de donde había nacido exactamente 14 años atrás, o sea Maternidad Obrera.
Decidido estaba a incorporarme a aquella campaña, de hecho, ya lo estaba, había fungido como alfabetizador popular en la Habana Vieja. Me habían dado la tarea de alfabetizar a una señora realmente joven, divorciada y con una hija. Fue muy fácil enseñarla, por lo que me dije que en dos meses ella estaría escribiendo y leyendo. No sabía que había una comisión que andaba dando vueltas y controlando el progreso de los analfabetos, por lo que en marzo de 1961 me llamaron para informarme que la analfabeta a mi asignada pasaría a ser instruida por otra persona, mientras que a mí me dieron la tarea de alfabetizar a un zapatero turco, también analfabeto en su idioma.
Sin más acepté el cambio, no me imaginaba que la analfabeta que dejé, se la anotaría como alfabetizada otra persona. Me la habían hecho, ahora así lo rememoro. Un abuso real y en toda regla. Alfabetizar al turco, hombre de más 65 años, no resultaba fácil. Tenía que llenarme de paciencia para que aprendiera las vocales, a leerlas y escribirlas.
Esas clases se daban en un local que se disponía en la calle Cuba frente a la Iglesia de la Merced. Para colmo, una buena noche una señora me armó un show enorme, ya que decía que yo no manejaba al turco con paciencia. Era injusta, hablaba con aquel hombre de muchas cosas, de su país, de cómo llegó a París, por qué vino a Cuba, en fin, de todo. Trataba de hacer amena la clase, pero aquella señora vino a cagarla. Sí, no hay otra forma de calificar aquello. Por suerte, los compañeros que allí enseñaban cargaron contra la señora y la calificaron de extremista e inoportuna. Hubo una persona que le dijo que ella no hacía nada, mientras que yo me esforzaba al máximo. Cuba siempre ha estado llena de oportunistas, ella era una más.
El 17 de abril fue como un regalo de cumpleaños, dejaba justificadamente la enseñanza del turco, a quien nadie jamás pudo lograr alfabetizar y me marchaba al campo a alfabetizar campesinos.
Mi padre y mi madre movilizadas por el ataque a Girón. Hablé con mi abuela en mi casa, la que llamó a mi madre para que ella diera su aprobación. Mi abuela y mi hermano menor me acompañaron hasta Ciudad Libertad. De ahí en lo adelante, échale meses para volverlos a ver. Consigo llevaba una javita con un jabón y jabonera, algunos calzoncillos y camisetas blancas, medias, cepillo, pasta dental y peine, una especie de sudadera y una chaquetica ligera, típica de los abrigos que se usan en Cuba en invierno. Era abril de 1961 y todavía hacía frío, sobre todo en las noches. De dinero llevaba unos 5 pesos nada más.
Salimos rumbo al reparto Granma en Varadero, el viaje se demoró un poco más de 2 horas, ya que paramos un par de veces por el camino. Al llegar al destino final, nos recibió un instructor, el que nos leyó la cartilla. Cada uno se acomodó. Diariamente había clases de cómo alfabetizar. Por las tardes nos llevaban a hacer algunos ejercicios, a la playa muy poco. La primera vez que fuimos me mandaron a salir, ya que había nadado muy lejos, había roto la disciplina. Mi madre se apareció un día allá, venía vestida de miliciana, me informaba que una de mis tías, salía en esos días rumbo a EE.UU. definitivamente. No le di mucha importancia, más me preocupaba mi padre movilizado, del que me dijo estaba bien y ya próximo a regresar a casa.
En aquellos días tuvo lugar la invasión de Girón, la que en 72 horas fue anulada por las milicias nacionales y las fuerzas armadas, pero a los cuatro días de estar en Varadero, nos cortaron la luz y dieron orden en la noche de bajar a la planta baja y acostarnos sobre el suelo. No sabíamos nada de lo que sucedía. A esa hora hacía frío y viento, por lo que la arena se nos metía en los ojos. Como mejor pude me hice todo un buñuelo y me dormí. En la madrugada nos dieron el de pie y subir a nuestros cuartos y camas.
¿Qué pasó? Según el instructor, un barco norteamericano se había posicionado frente a la costa de Varadero y había amenazado con disparar. Vaya Ud. a saber si fue un simulacro orientado, ya que nunca vi nada escrito al respecto en la prensa de aquella época.
Llegó la hora de irse de Varadero, enseguida a crear los grupos, a mí nadie me preguntó nada. Poco después supe que íbamos a Santiago de Cuba, el viaje sería en tren. Salimos el 28 de abril para llegar en la tarde del siguiente día. Pasamos el 29 y 30 paseando por donde podíamos. Muy chula la ciudad de Santiago, desde donde pude pasar telegrama a mi familia para que supiera donde estaba. El 1 de mayo, todos a la plaza, habló Raúl Castro, quien estaba al frente de toda la provincia en aquel momento. Al mediodía del 2 salimos en tren nuevamente para Guantánamo, llegando al último tramo de línea férrea cubana en territorio oriental. Allí nos quedamos a dormir sobre los trenes y comimos carne de cerdo hervida, preparada también en el lugar, la que me gustó poco, al extremo de solo probarla.
En Santiago se habían quedado algunos compañeros de grupo, no sabía por qué ellos y no yo también. Había un compañero que fungía como jefe, había sido Joven Rebelde Cinco Picos, o sea había subido el Turquino cinco veces. Él era quien decidía “democráticamente” quienes de nosotros iban para aquí o para allá. Era todo un instrumento, se me decían las cosas a última hora. Como no tenía experiencia de nada de eso, no me quedaba más remedio que aceptar. Mi familia me había pedido que no me rajara, ¿qué pensé? Volverme rebelde significaba rajarme, pero por mi cabeza eso nunca pasó.
Al siguiente día, ya estaban los camiones listos para tomar la ruta hacia Baracoa, por lo que había que pasar por una ruta conocida como la Farola. Previamente pasaríamos cerca de la base militar norteamericana, la que entonces se veía claramente. La Farola entonces era un terraplén sumamente peligroso, lleno de curvas muy pronunciadas, imposible de poder ver el vehículo que viniera de frente. Años después, cuando la Farola estuvo terminada como carretera, tuve la oportunidad de conducir ahí y les puedo asegurar, que el peligro sigue presente.
Habíamos salido en la mañana y si recuerdo, estuvimos como cinco horas sobre los camiones, hasta llegar a Baracoa, la pequeña primada. Uno acostumbrado a la Habana, la pequeña ciudad me pareció una aldea. Sin embargo, todo allí estaba entonces ordenado y lucía muy bello. Desde allí se veía claramente el Yunque de Baracoa, otra belleza natural cubana, el río Toa y otros paisajes desconocidos. Así que mi primera impresión fue cambiando poco a poco, en la medida que iba conociendo el lugar.
¿Por qué Baracoa? Idea del líder cinco picos del grupo. Desde un principio se planteó Baracoa y lo logró. No me arrepiento de haber estado allí, pero debió haber hablado y convencido, no que él tomaba las decisiones sin consultar a nadie.
En la tarde del siguiente día, nos reunieron y nos indicaron los camiones a abordar. El equipaje de cada uno constaba de los objetos personales que traíamos de la Habana, un farol chino, una hamaca y el material dado para alfabetizar, que era la cartilla, libretas y lápices.
La jefatura en ese momento había pasado a manos de los maestros voluntarios de cada lugar, los que se encargarían de ubicarnos en casas de campesinos. Nuevamente pasamos por el Alto de Cotilla, cuyo paisaje es único, luego llegamos a la Vega y de ahí al Jobo. Se acabó el terraplén, los maestros nos indicaron que había llegado el momento de escalar la loma del Negrón, creo que se llama así. Más empinada no podía ser, era de tarde, por lo que subirla nos llevaría más de una hora, sobre todo por no tener entrenamiento, aunque, a decir verdad, nunca fui bueno caminando en esos lares.
En el lugar final para dormir, no había donde colgar hamaca, pocos horcones para eso. La cena fue guineo (plátano fruta) verde hervido, con algo de sal. En el lugar no había luz eléctrica, nada de radio, ni carreteras. Difícil de digerir el guineo y todo lo demás, el Cinco Picos nos había llevado adonde el Diablo había dado las cinco voces. Gente buena, pobre, analfabeta e ignorante.
Al siguiente día llegué a la casa del campesino, donde alfabetizaría, eran 3 personas, el agricultor principal, su mujer y su cuñado, también agricultor. La familia tenía dos hijos, ninguno llevaba el apellido del padre. El hijo mayor no iba a la escuela, el padre entendía que debía hacer otras cosas y nada de escuela. De nada valió tratar de convencerlo, era no y ya. Meses después de mi partida, llegaba la ley que obligaba enviar al hijo a escuela.
No había atención médica ninguna, la mortalidad infantil debe haber sido alta, raro era el día que no nos decían que el hijo de este o aquel otro habían muerto con solo un mes de nacido. Otros morían al nacer.
Me tocó hacer una encuesta sobre los excusados en las casas de Duaba Arriba, solo había uno que cumplía los requisitos. La distancia entre los dormitorios y las cochiqueras (porquerizas en España) era pequeña, no en balde, el que suscribe pescó la llamada nigua, una pulga derivada de los cerdos que ataca la piel del hombre. La nigua hizo nido en el dedo gordo de mi pie izquierdo, el que se curó al abrir en el lugar atacado y matar los huevos con queroseno.
En la noche los mosquitos estaban a la orden, a los cuales soy muy alérgico y me provocan enormes ronchas. No sé qué otro insecto habría que me provocó una enorme hinchazón corporal, al extremo que tuve que ir a Baracoa, donde estuve hospitalizado una semana.
Nos enterábamos de las noticias por radio bemba, así sucedió con el cambio de monedas. Allí no se habilitó nada para cambiar el dinero que tenían los agricultores, los que tuvieron que ir en masa a la Vega. Yo perdí 3 pesos en esa corrida, no los pude cambiar.
Mis alumnos avanzaban bien, aunque no tanto la señora de la casa. Así y todo, en julio ya los dos hombres de la casa estaban alfabetizados, a los que continué enseñando aritmética, mientras la señora hacía su esfuerzo en escribir, algo que le costaba un enorme trabajo. Fue por esa situación que me plantearon la necesidad de trasladarme a otra casa para alfabetizar a cinco personas. Esta vez ya tenía experiencia y pregunté a quien le anotarían los alfabetizados, me contestaron sin pensarlo que no a mí, pero si al maestro voluntario, el que nunca estaba allá. No le di respuesta, ni me mudé para ningún lado.
En esa zona, había sus cosas típicas, sus bailes con carne de cerdo y mucho ron, los que terminaban en alguna bronca a machete limpio. Presencié dos de ellas, por lo que no quise asistir a más ninguna. Allí no había fuerza del orden, te podían matar y nadie se enteraba. Volaban aviones, al parecer, también americanos. La base no estaba lejos.
El principal cultivo era el café seguido del guineo (plátano fruta) y del plátano macho. Algunos agricultores sembraban malanga y tenían árboles frutales. El gobierno había establecido cooperativas para la producción de café y de cacao. Por cada una pagaba 40 pesos al mes. No entendía cómo podía haber cooperativa de cacao cuando la mayoría de los agricultores allí no tenían plantado un solo árbol.
El café arábico rendía, famosos eran aquellas personas que llegaban a recoger 15 latas diarias, entre ellas la señora de la casa. Se recogía a partir de finales de setiembre, casi siempre bajo la lluvia y en laderas empinadas. Como los arbustos crecen mucho, se doblan las ramas para su rápida recolección. Todo ese café se entregaba para su procesamiento. En aquel lugar eran decenas de agricultores entregando más de 50 latas diarias. Era café de muy buena calidad. Hasta aquel entonces, Cuba se autoabastecía y exportaba café, y no poco. Ese café fue mi introducción en el mundo de la agricultura, recogí café, creo que el máximo un día fue de 4 latas, muy improductivo
En la zona vimos muchos casos de incestos y de hombres maridos de dos hermanas a la vez. Eso no era novedad para los que allí vivían, pero para uno era algo insólito. La infidelidad se pagaba a veces con un machetazo mortal, sea para la mujer como para el hombre que poseía mujer ajena. Supongo que eso haya cambiado de haber autoridades en esos entornos.
El 13 de diciembre de 1961 me llamaban del camino superior al bohío, donde habitaba como alfabetizador. Era un maestro voluntario, quien me dijo: «Labrada, prepárate en dos días te vas definitivamente para la Habana». Que alegría, saber que vería a mis padres, hermano, abuelas, primas y tíos, a los que llevaba 8 meses sin verles. Efectivamente, a las 48 horas, a las 5 de la mañana del 15 ya estábamos en camino hacia Palmarito y de ahí a los Calderos, era una caminata de unas 10 leguas, fácil, pues era bajar la loma de Palmarito. Cuando llegué al alto de Duaba, vi un paisaje único, el río rozando los bordes de las Cuchillas del Toa. Por suerte, no llovía, habíamos tenido un octubre y un noviembre lluviosos. En realidad, esa es la única zona tropical de Cuba, donde caían más de 2000 mm de precipitaciones anuales. Digo caían, pues no sé en más de 40 años cuanto pueda haber cambiado aquello. Entonces no había carreteras, todo era a pie o en mulo, ahora hay algunas, que no creo que sean las mejores, pues si las calles de las ciudades tienen baches, que decir entonces de esas vías.
La marcha a los Calderos ocurrió sin problemas. Al llegar allí nos pagaron 70 pesos, era todo el salario que habíamos ganado por alfabetizar en 8 meses. A la salida de Varadero, en abril, nos habían dado 10 pesos. Por suerte, nuestros padres nos mandaban dos o tres pesos en cada carta y llegaban bien entonces. Ellos y los campesinos fueron quienes financiaron la campaña de alfabetización.
Al siguiente día nos fuimos al poblado de San Ignacio, que era llano, donde empezamos a ver chicas de occidente, igualmente alfabetizadoras. Por suerte, entonces yo no era tan puto, eran solo 14 años. De ahí llegamos a Imías, el corazón me palpitaba al ver luces en los pueblos, oír radio, en fin.
En Imías, junto con otro compañero nos fuimos a comer a casa de una familia, mezcla cubana y haitiana. Muy cordiales y un haitiano muy correcto en general, hombre que no reía, alto, fuerte y de buenos sentimientos.
En Imías tuvimos una odisea, 48 horas para podernos trasladar a Guantánamo, dormíamos en exteriores en hamacas, igual que, en las lomas, no aparecían los prometidos camiones, y los alfabetizadores mayores decidieron abordar los camiones que aparecieran por la carretera. Nuestro «pelotón», el número 6, todos orgullosos de haber alfabetizado en zona recóndita, se decidió a tomar por asalto otro camión alrededor de las 4 de la tarde del 19 de diciembre. Lo logramos y nos fuimos a Guantánamo cantando todo el camino nuestra canción preferida “cocinero, cocinero, sirva pronto la comida que tengo en la barriga un guajiro entero”.
A Guantánamo llegué dormido y entonces alguna gente de allí, todos muy hospitalarios, dijeron: » mira, una niña dentro el grupo». Dormido le respondí “yo no soy hembra”. Mi largo pelo, sin ninguna barba, daba a entender que yo era del otro sexo. Esa aclaración la tuve que hacer más de 5 o 6 veces.
Por fortuna, los cederistas guantanameros recibieron una cuota de comida por albergar a los brigadistas en sus casas. Fueron dos noches ahí, al tercer día, temprano en la mañana, dale para el tren compuesto de carros cañeros sin techo, o sea que cuando llovía, nos mojábamos. A ver toda Cuba en un carro cañero, así pasamos todos los pueblos, en Santa Clara nos dieron pollo descompuesto, hubo quien cagó y vomitó demasiado.
Algunos brigadistas cansados de esta incómoda travesía, abandonaron el tren una vez éste llegó a Mazorra, la Habana. Los más verdes seguimos hasta la terminal de trenes, donde un compañero de mi padre me guardó mi jolonguito. Yo venía con ampollas en el pie derecho, al extremo que hube de quitarle la parte superior de la bota para poder caminar.
No crean que todo terminó allí, nos llevaron en fila militar por toda la calle Zulueta hasta el Centro Gallego. Por el camino me encontré con mi madre y mi prima Lydia, que llanto, de ahí al Centro a perder el tiempo, para llenarnos unas planillas sin sentido, sin darse cuenta que estábamos cansados, era una semana entre caminatas, camión y tren. Una vez terminado de llenar el formulario, me dijeron que me esperara para llevarme a casa. Ahí, les dije que me iba solo y que en diez minutos estaba en casa sin problemas. Así fue, venía de las lomas, por lo que volaba caminando y el trayecto del Parque Central a la casa de Compostela fue velocísimo, al llegar a la esquina de Merced y Compostela me encontré con mi abuela Lydia y la pequeña Martica, otro llanto, besos y abrazos, pero aún más cuando vi a mi querida Guille, mi abuela paterna, y más tarde a mi padre.
La alfabetización la hicimos nosotros, nos jugamos nuestras vidas en un momento difícil, donde estaba había dos grupos de contras que bastante quehacer dieron a las milicias locales. El campesino cabeza de familia en la casa me dio un machete para que durmiera con éste en mi hamaca. Esa alfabetización la hicieron posible los campesinos, nuestro padres y parientes en el orden económico. ¿De qué gasto se puede hablar cuando nos montaron en carros cañeros sin techo alguno desde Guantánamo a La Habana? No estoy de acuerdo con algunos titulares que he visto al respecto en el pasado. La gloria es nuestra, nadie de las esferas gubernamentales nos fue a ver ni a saber cómo estábamos. Es cierto que la campaña terminó exitosamente, pero gracias al pueblo.
Han pasado los años y rememoro cada momento vivido, fue una tarea hermosa, pero ¿Había necesidad de haberla iniciado justamente cuando el país estaba en plena confrontación militar? ¿No habría sido mejor haberla postergado un poco? Eran niños los alfabetizadores, no eran adultos, por cierto. De haberse hecho en 1962 hubiera sido lo mismo, el resultado se podía haber logrado y con menos tensión.
Escrito por Ricardo Labrada, 20 diciembre de 20202
Excelente relato. Se pone de manifiesto el sacrificio y la buena voluntad de muchas familias cubanas que permitieron a sus hijos llevar a cabo la alfabetizacion en lugares remotos sin las minimas condiciones, y la indiferencia e insensibilidad de los dirigentes de la Revolucion Cubana para con ellos.
A la hora de adjudicarse los logros, entonces si los dirigentes del gobierno estuvieron presentes.
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