“Si el mundo fuera un solo estado, su capital sería Estambul.”
Napoleón Bonaparte
Había estado por razones de trabajo dos veces en escala de una noche en la bella Estambul, ciudad que conocía sin haber estado en ella desde temprana edad. Los buques soviéticos o los rusos o ucranianos, transitando por el Mediterráneo, obligados están a pasar por el estrecho del Bósforo de regreso a sus costas en el Mar Negro, por lo que yendo en barco de la Habana a Odessa no había otra alternativa que pasar por ese estrecho.
La primera vez me lució una ciudad preciosa, era como pasar por medio de algo descrito en la famosa obra “las mil y una noches”. Hubo una segunda ocasión, la que nuevamente me reafirmó la impresión pasada. Décadas después, como ya dije, estuve en escala en tierra firme en varias ocasiones, unas veces durante horas esperando embarcar para el destino final y en dos ocasiones para pernoctar en ciudad, siempre en el barrio de Sultanahmet, el mismo donde se encuentra las mezquitas Azul y Santa Sofía, además del llamado hipódromo con los obeliscos existente, lugares visitados de prisa y sin mucho detalle en esos momentos. Santa Sofía estaba cerrada en esas dos visitas debido a restauración.
Por fin, vinimos a Estambul para ver todo lo más posible de una ciudad con mucha historia. En épocas pretéritas se llamaba Bizancio, luego, con la ocupación romana, se llamó Constantinopla en honor al emperador romano Constantino y fue la capital del imperio romano oriental o bizantino. En el siglo XV los otomanos se hicieron de la ciudad y pusieron fin a la dominación romana.
Estambul viene a ser el límite meridional de dos continentes, Europa y Asia. En menos de 15 minutos, cruzando el Bósforo, uno llega a la parte asiática. El nuevo aeropuerto internacional está en la parte europea, mientras que el otro viejo está en la asiática, este último limitado actualmente para vuelos internos. Conociendo que lugares aparecen en cada lugar de la ciudad, decidimos albergarnos en hotel en la barriada de Sultanahmet, donde las distancias a muchos lugares de interés son cortas y factibles de hacer caminando. Cuando las distancias son más largas lo mejor es tomar el tranvía, el que prácticamente circunvala las partes importantes de la ciudad. Aclaro que es falso decir que los taxis son baratos, nada de eso. Carecen de taxímetros y uno está a expensa del precio que decida el chofer, por lo que es prudente previamente decir el lugar adónde ir y preguntar por el precio estimado, regatear es posible, pero a veces sin éxito.
Nuestro primer día efectivo fue dedicado a visitar la Mezquita Azul o del Sultán Ahmet (de ahí se deriva el nombre del barrio, Sultanahmet), templo musulmán muy atractivo en su exterior e interior. La mezquita (camii en turco), construida en el siglo XVII, se diferencia del resto por poseer seis minaretes, lo que provocó tremendo revuelo en el mundo islámico, ya que la Meca, en Saudi Arabia, poseía igual cantidad de minaretes. La solución fue añadir uno más en la Meca como templo máximo de peregrinación de los fieles del islam.
Lo primero que hicimos fue dar algunas vueltas por el Hipódromo llamado Sultanahmet Meydanı, lugar donde se realizaban carreras hípicas en la antigüedad. El lugar, construido en el siglo III, se conserva, pero está muy modernizado para que sea lo que había dos mil años antes. Caminando por ahí encontramos la fuente Wilhelm Kaiser, construido en 1898 en ocasión de la visita del Kaiser alemán a Turquía. Más adelante aparece la Columna Serpentina, también llamada Trípode de Delfos o Trípode de Platea, la cual es de bronce y tiene más de dos milenios y medio de edad. Esta columna es como un trofeo dedicado a Apolo en Delfos, lugar del que les hablaré en otro artículo.
Después vimos el Obelisco de Teodosio, de granito rojo y 30 m. de altura, construido en la antigüedad en Egipto, el que fue trasladado a Estambul por el emperador romano Constancio II. Tengo entendido que este obelisco es gemelo del existente en Circo Massimo en Roma, conocido como Laterano. Más al sur encontramos el otro obelisco, el de Constantino, de 32 metros de altura. No se sabe cuándo en realidad fue construido, pero reparado en el siglo X.
Después de haber visto estos monumentos y la mezquita azul, nos dirigimos hacia la otrora Basílica de Santa Sofía (santa sabiduría en griego), construcción concluida en el 537 y que sirvió de catedral ortodoxa hasta la ocupación de Estambul por los otomanos. Después fue convertida en mezquita, luego museo en el siglo XX y no hace mucho, mezquita nuevamente. Para entrar allí hay que hacer una extensa cola, la que, por suerte, camina bastante rápido. Ya dentro uno puede apreciar el esplendor del templo, sus paredes, techo, suelo y vitrales. Dicen que a la tercera va la vencida y eso fue lo que me pasó, a la tercera vez pude finalmente entrar.
Hay un detalle en estas mezquitas, son muchas, a veces una al lado de otra o a poca distancia. El proselitismo islámico es mucho más efectivo que el cristiano. En la actualidad hay muchas iglesias, basílicas y catedrales, donde para entrar hay que pagar. Es no sucede en ninguna mezquita, por el contrario, hay estantes con información sobre el islam incluido El Corán traducido en varias lenguas, todo ello gratuito. Uno quiere llevarse un ejemplar del Corán en español, con tomarlo basta. ¡Qué distinto!
A la salida del lugar decidimos visitar el Palacio Topkapi, pero era martes y estaba cerrado. Lo único que pudimos ver fue el parque inmenso que le rodea y las fuentes de agua allí presentes. Un lugar muy bueno para pasear, tomar aire o sentarse a leer en uno de sus bancos. El Palacio quedó programado para el último día en esta visita.
A la salida caminamos a lo largo de la línea del tranvía en dirección al puerto. Quisimos caminar, el tranvía es una opción barata, un viaje en el mismo cuesta 10 liras turcas equivalentes a 50 centavos de dólar. Hicimos una parada para almorzar y luego nos encaminamos al embarcadero de Eminönü, donde abordamos un barco que nos llevó a pasear por todo el Bósforo. Fue interesante ver tantas cosas a la vez, entre ellas el Palacio Dolmabahce, construcción del siglo XIX, el que sirvió de residencia de los sultanes desde 1856 hasta 1924, año del último califa. Desde 1984 este lugar sirve de museo. Pasamos por debajo de varios puentes, los que unen la parte europea con la asiática, varias mezquitas a ambos lados del Bósforo; el Rumelihisarı o castillo de Rumelia, el cual se encuentra del lado izquierdo del estrecho y es una fortaleza pendiente que baja hasta el mar. Su construcción es de mediados del siglo XV por orden del sultán Mehmet II.
Otra rareza vista fue la Torre de la Doncella o Torre de Leandro, enclavada en aguas del Bósforo, a escasa distancia de Üsküdar, costa asiática de Estambul. Según leo en Wikipedia, el islote estaba conectado a la costa asiática mediante una muralla defensiva, cuyos restos subterráneos son todavía visibles, pero yo no los vi en realidad.
Esto fue a grandes rasgos lo visto en este paseo, el que repetimos dos días después, pero en la noche, con cena y espectáculo con bailes del lugar. Al regreso a Eminönü, cruzamos por debajo de un túnel y salimos a una plaza enorme, el Cuerno de Oro, donde hay cafeterías y mercadillos diversos. Allí se vende de todo, uno de los mercados famosos es el de las especias, también llamado mercado egipcio. Al lado izquierdo de la plaza está la enorme Mezquita Nueva (Yeni Camii), la que posee un patio muy espacioso, y su interior es limpio y acogedor. Aunque le llaman Nueva, la construcción de la mezquita se inició en 1597, terminada en el siglo XVII. A algo más de una cuadra de este templo y sobre una colina está la mezquita Süleymaniye, la más grande de la ciudad, construida en 1550. Era ya mucho el cansancio y nos conformamos con observarla de lejos y fotografiarla.
El regreso al hotel a pie fue largo hasta que nos dimos cuenta de que era mejor tomar el tranvía de regreso. Quedaba no poco por ver en los días sucesivos.
La historia relata un hecho interesante y es cómo los galos se desplazaron del territorio de la actual Francia rumbo a Italia inicialmente, luego a Delfos, Grecia, donde fueron derrotados en batallas y finalmente al Asia Menor, territorio del actual Estambul. Un símbolo de la ciudad es la Torre Gálata, la cual prácticamente se puede ver desde cualquier ángulo de Estambul. A partir del año 189 la actual Turquía fue llamada Galatia o Galacia por los romanos, pero la torre fue construida en 1348 por los genoveses en una colina de Constantinopla (Estambul). La fortificación servía para rechazar el asedio de las tropas venecianas. Para llegar a esta torre hay que tomar el tranvía, el cual nos dejó al final del puente Gálata y de ahí caminar en ascenso para llegar a la colina y a la torre. Lo bueno es la existencia de ascensor que nos lleva hasta la séptima planta de la torre, así uno evita subir los 143 escalones de esta. Desde la parte alta uno puede ver buena parte de Estambul.
Terminada la visita a la Torre nos adentramos en el barrio Beyoglu, con sus calles estrechas y empinadas. Allí hicimos un stop para tomar un refresco en una calle de Çukurcuma. La camarera gentilmente nos indicó cómo ir a la calle de Istiklal, muy ancha y repleta de mercados, muchos de ellos occidentales. Al final de esta calle se llega a la Plaza Taksim y del lado izquierdo de la misma está la mezquita homónima, grande y fastuosa. Aquí mi esposa tuvo acceso a la misma por otra entrada distinta a la de los hombres. Como curiosidad sucedió que me acerqué a una señora y le pedí en inglés que guiara a mi esposa a la entrada en cuestión. Una vez de regreso mi esposa me dijo que la señora era italiana convertida al islam, por lo que no tuvo ningún problema en hablar con ella.
Antes de llegar a Taksim habíamos pasado por la Iglesia católica San Antonio de Padua, creo que es la única en Estambul, donde en la entrada hay un monumento al Papa Juan XXIII, considerado como uno de los mejores amigos de Turquía. Igualmente visitamos la Iglesia ortodoxa griega de Aya Triada. En este caso, no es la única, hay otras más.
En esa jornada en la tarde decidimos ir al Pierre Loti Café, el que se encuentra en una de las colinas más altas de Estambul, aledaño al cementerio de Eyüp. A ese lugar se puede llegar en bus y luego subir con un teleférico. Se nos hizo difícil el bus, por lo que finalmente tomamos un taxi, el cual nos cobraba una cifra de liras a su antojo, pero nos tuvo que dejar en lo alto del lugar. Las vistas desde Pierre Loti (bautizado así por un escritor francés) son realmente impresionantes. Uno puede apreciar buena parte del Bósforo y darse cuenta de la enorme cantidad de mezquitas existentes en Estambul.
El regreso se nos hizo difícil, nuevamente el bus no aparecía por ningún lado. Una dama allí nos sugirió embarcar en barco para llegar a un punto un poco antes del embarcadero Eminönü. Así lo hicimos, solo que era una especie de lechero parando continuamente en varios puntos hasta llegar a un embarcadero próximo al puente Gálata, a caminar de nuevo hasta llegar al tranvía que nos regresó a Sultanahmet.
La siguiente jornada fue para visitar Üsküdar, la parte asiática de la ciudad. Es muy fácil ir en barco y el trayecto dura unos 15-20 minutos. Al llegar allí vimos que había mezquitas por doquier y un extenso paseo a lo largo de la costa. Entre las mezquitas visitadas están la de Haci Bedel Mustafa Efendi, Selman Aga, Semsi Pasha y Valide i Cedid. Unas modestas, otras con más lujos, todas impecables y bien cuidadas. Hay otras mezquitas famosas en el lugar, pero no había tiempo para verlas todas.

En Üsküdar también tiene fama el café de las alfombras. Allí tomamos un té, más tarde nos dimos cuenta de que este tipo de cafeterías uno lo encuentra en otras partes de Estambul. A la lonja del pescado le pasamos por un lado sin adentrarnos en la misma. Regresamos al hotel y descansamos para poder asistir a un tour en barco, el cual incluía cena y espectáculo de bailes del lugar. Ya el Bósforo lo conocíamos bastante, pero no en la noche, algo muy agradable, a eso hay que sumar los bailes con sus ritmos propios, por lo que la velada fue de nuestro beneplácito.
La última jornada fue dedicada al Palacio Topkapi. Teníamos toda la mañana y parte de la tarde disponible, nuestro vuelo era en la noche. Así que la visita a este museo era casi obligatoria. Sabíamos de su existencia a través de la película homónima de 1964 dirigida por el norteamericano Jules Dassin y protagonizada por su esposa, la griega Melina Mercouri. Topkapi es construcción de mediados del siglo XV y sirvió de centro administrativo del país hasta 1853. El Palacio se encuentra a poca distancia de Santa Sofía y la mezquita azul, también próximo al Cuerno de Oro y con vistas al mar de Mármara. El Palacio es extenso y tiene varias edificaciones, entre ellas varias mezquitas, pabellones, el harén y puertas o portones. Quien visite Estambul no debe dejar de visitar Topkapi.
Como había dicho, en la noche habíamos salido de Estambul, pero con regreso una semana después por todo un día. Era una escala para retornar al siguiente día a Valencia. Como buenos planificadores, ese día fue dedicado a hacer algunas compras en el enorme y antiguo gran bazar (Kapalıçarşı). Su construcción es de 1455 y hay más de 3 mil tiendas, donde trabajan alrededor de 20 mil personas. Pienso que si existe algo folclórico en el Medio Oriente son sus bazares, este de Estambul es enorme y fácil de perderse dentro del mismo. Aquí no hay por qué aceptar el primer precio que a uno le digan, regatear es un juego aceptado. El vendedor jamás pierde, pero siempre trata de meter el pie con precios hasta 50 o 60% por encima de lo real. Para aquellos que gustan pacotillear un bazar de este tipo es como un paraíso. Lo otro, te venden piezas con marcas de nivel. Lo mismo da que sea Lacoste, Christian D´Or, Benettón, pida la marca y le darán la mercancía con esa etiqueta, algo que realmente mueve a risa.
Al gran bazar se le da el nombre de Beyacid, ya que se halla en el barrio homónimo y en su lado izquierdo está la mezquita Beyacid o de las Palomas, construida entre 1501 y 1506. El patio interior de la mezquita es uno de los más espaciosos que haya visto allí. También hay un enorme parque (Beyacid), el que igualmente posee la entrada a la Universidad de Estambul y a la biblioteca urbana.
Estambul nos enseñó otras cosas interesantes, una de ellas es su cocina, muy abundante en verduras y carne de todo tipo, excepto la porcina. El kebab es un alimento famoso y muy demandado, incluso fuera de Turquía. También sus dulces, muy originales, son del gusto de los turistas. Lo otro que me asombró, es la cantidad de ciudadanos de las antiguas repúblicas soviéticas en labores comerciales. La mayoría de los letreros en lugares importantes aparecen en la lengua nacional, en inglés y en ruso. Incluso varios turcos hablan ruso con fluencia. Muchos turistas vienen de Rusia, como no pueden ir a otros lugares por las sanciones impuestas debido a la guerra con Ucrania, solo pueden visitar Turquía y no todo el territorio, sus visados tienen limitaciones. Por último, los turcos son amables en el trato y cuando uno pregunta, la persona siempre trata de orientar incluso sin saber hablar inglés.
Había leído “El Halcón” de Yasar Kemal, obra que me dio una idea de cómo era el mundo rural turco y los problemas existentes, pero la visita a Estambul me aclara que actualmente existe un desarrollo en Turquía y que no es la nación atrasada que Kemal nos contaba. Es cierto que eran dos etapas distintas. Estambul es una especie de puerta al Medio y Lejano Oriente para el occidente, donde reina una tolerancia no vista en otros países islámicos. Creo razonable recomendar visitar Estambul, ningún turista se lamentará, seguro estoy.
Ricardo Labrada
8 julio 2023




















































































































































































































































































































































































































































































